Susana Viar*

 

“Antígona”, “Edipo rey” y “Edipo Colono” son las tres tragedias de los personajes de la casa tebana de los labdácidas, escritas por Sófocles. El nombre de labdácidas provienen de Lábdaco padre de Layo; Layo fue marido de Yocasta y a su vez padre de Edipo. El oráculo de Delfos había anunciado a Layo que Edipo, su hijo, lo mataría y se acostaría con su mujer. Layo intenta que no se cumpla la profecía abandonando a Edipo para que se muera.

Años después, siendo Edipo rey de Tebas, advierte que se ha cumplido la profecía; ha matado a su padre y se ha casado con su madre, se ciega entonces y se entrega al destierro abandonando Tebas.

Sus hijos varones Polínice y Etéocles, al conocer sus crímenes se negaron a socorrerlo cuando Edipo fue desterrado; les lanzó entonces la maldición de que se turnarían el trono un año cada uno.

Cuando está reinando Etéocles decide quedarse más tiempo del que le corresponde; Polínice arma entonces un ejército contra Tebas y lucha contra su hermano para recuperar el trono.

Antígona hermana de Polínice, Etéocles e Ismene, acompaña a su padre en el exilio pero tras la muerte de Edipo, vuelve para poner fin a la guerra entre sus hermanos. Cuando llega empieza la tragedia: los dos hermanos han muerto el uno a manos del otro, sin embargo Creonte que está ahora en el trono decide honrar con funerales a Etéocles por haber protegido la ciudad pero se niega a dar sepultura a Polínice al considerarlo enemigo por haber atentado contra Tebas.

Antígona, pos su lado, decide enterrar a su hermano aun sabiendo que por ello será castigada a la muerte. Su hermana Ismene le recomienda no contradecir la ley dictada por Creonte pero ella desprecia sus consejos e incluso le llama cobarde por no obrar como ella.

Antígona es vista por el Guardián enterrando a Polínice y es llevada ante Creonte quien le condena a morir enterrada viva.

Creonte pregunta a Antígona que cómo se ha atrevido a violar las leyes.

Antígona responde: …no he creído que tus edictos pudiesen prevalecer sobre las leyes no escritas e inmutables de los Dioses puesto que tú no eres más que un mortal.
No es de hoy ni de ayer que ellas son inmutables y eternamente poderosas… El destino que me espera en nada me aflige. Si hubiese dejado insepulto el cadáver del hijo de mi madre, eso me hubiera afligido.

Corifeo: El espíritu inflexible de esta joven procede de un padre semejante a ella. No sabe ceder a la desgracia. (El Corifeo es el guía del coro, la persona que se expresa en representación a otras. El Coro, dice Lacan, es la gente que se turba, se encarga con sus comentarios de las emociones que suscita la obra).

Más adelante Antígona que sigue conversando con Creonte: ¿Puedo apetecer una gloria más ilustre que la que he adquirido colocando a mi hermano bajo tierra? Todos estos (refiriéndose al pueblo) dirían que he hecho bien si el terror no les cerrase la boca.

Creonte: ¿No tienes pues vergüenza de no obrar como ellos?

Antígona: …no hay vergüenza alguna en honrar a los parientes.

El Coro: ¡Dichosos los que han vivido al abrigo de los males! Cuando una morada, en efecto, ha sido herida por los Dioses, no falta hasta su última generación alguna desdicha a sus individuos…Veo, desde tiempos antiguos en la casa de los Labdácidas, las calamidades agregarse a las calamidades de los que han muerto. Una luz brillante, todavía, en la casa de Edipo, sobre el fin de su raza.

Hemón hijo de Creonte y amante de Antígona es el primero que intenta disuadir a su padre de su funesta condena: “…me es dado oír lo que se dice en secreto y saber cuánto lamenta la ciudad la muerte de esta joven, digna de las mayores alabanzas por lo que ha hecho…”

(Sigue): Cualquiera que se imagine que sólo él es sabio…está lo más frecuentemente vacío cuando se le examina. No es vergonzoso para un hombre por sabio que sea aprender mucho y no resistir desmedidamente. Mira cómo los árboles… hinchados por las lluvias invernales, se doblegan para conservar sus ramas, mientras que todos los que resisten mueren desarraigados…Apacíguate pues y cambia de resolución.

(Más adelante): No hay ciudad que sea de un solo hombre.

Creonte: ¿No está la ciudad obligada a pertenecer a quien la manda?

Hemón: Ciertamente, reinarías muy bien sólo en una isla desierta.

Sin embargo Creonte sepulta viva a Antígona.

Entra en escena Tiresías el adivino; habla a Creonte de sus profecías y consejos; dice: “la ciudad sufre males por causa de tu resolución de no enterrar a Polínice: …el que ha flaqueado, no es ni falto de sentido, ni desgraciado, si habiendo caído en el error se cura de él en lugar de persistir. La tenacidad es una prueba de inepcia. Perdona a un muerto, no hieras un cadáver.”

(Más adelante): “Sabe bien que no se verificarán muchas revoluciones de las rápidas ruedas de Helios a los muertos con la muerte de alguno de tu propia sangre, por haber enviado bajo tierra un alma todavía viva, por haberla ignominiosamente encerrado viva en la tumba y porque retienes aquí lejos de los Dioses subterráneos un cadáver no sepultado y no honrado…Por eso es que las Ernias del Hades y de los Dioses te arman asechanzas para que sufras los mismos males.”

Tiresías se va y Creonte se siente turbado y dice: …es duro ceder pero hay peligro en resistir.

Corifeo: Se trata de ser prudente.

Creonte: ¿Qué es preciso hacer? Habla, obedeceré.

Corifeo: Ve a retirar a la joven del antro subterráneo y construye una tumba a aquel que yace abandonado.

Creonte: ¿…crees que debo de hacerlo?

Corifeo: Ciertamente y con gran prontitud. Los castigos de los Dioses tienen pies rápidos y castigan en poco tiempo a los que hacen el mal.

Cuando llega a la tumba de Antígona, esta se ha ahorcado y Hemón que está abrazado a ella se atraviesa con una espada frente a los ojos de su Creonte uniendo su cuerpo moribundo al de su prometida, habiendo realizado las nupcias fatales en la morada de Ades, enseñando a los hombres con su ejemplo que la imprudencia es el mayor de los males.

Eurídice, madre de Hemón y esposa de Creonte al enterarse de la muerte de su hijo, se hiere mortalmente también.

Termina el Coro: Es preciso reverenciar siempre los derechos de los Dioses. Las palabras soberbias atraen sobre los orgullosos terribles males que les enseñan tardíamente la prudencia.

 

* Trabajo presentado el 10 de mayo de 2014 en el Seminario del Campo Freudiano de Bilbao, Curso 2013-2014, dedicado al Seminario 7 de Jacques Lacan, “La Ética del Psicoanálisis”