Kepa Torrealdai *

 

Introducción:

El saber absoluto se trata de un término que Georg Wilhelm Friedrich Hegel desarrolla en su Fenomenología del Espíritu fechada en 1807. Para situarnos en el contexto histórico, recordamos que venimos de la revolución francesa que inaugura la edad contemporánea y no solo que convulsiona a Francia, sino que se extiende a otras naciones de Europa. La revolución marca el final definitivo del feudalismo y el absolutismo en el país. Creo que podemos situar toda la dialéctica hegeliana enmarcada en este cambio de discurso.

La guía de Kojeve:

Para entrar en el estudio de la Fenomenología Hegeliana es interesante buscarse una guía, que entre otras podría ser la de Alexandre Kojeve, cuyas clases sobre Hegel tuvieron una repercusión importante en la obra de Lacan.

De esta manera, en su libro La idea de la Muerte en Hegel, que agrupa las últimas conferencias del año 1933-1934, Kojeve nos lleva de la mano, párrafo a párrafo en la lectura de la Fenomenología. Sobre todo del prólogo, que en realidad se escribió al acabar dicha obra y que recoge lo más sustancial de la misma.

Nos dice así, aludiendo a la página 70 de la edición bilingüe de Antonio Gómez Ramos: se trata, ni más ni menos, que de aprehender y expresar lo verdadero no como substancia, sino, en la misma medida, como sujeto.

Tenemos aquí entonces el primer punto importante, pasamos del ser estático como (Sein) o substancia al Sujeto del Discurso (Logos) y de la filosofía. Entonces no se trata solamente de la realización del ser como naturaleza y mundo natural sino también como Hombre y Mundo histórico. Pasamos entonces, de una ontología de la realidad natural a una antropología de la realidad humana que es la única capaz de revelarse a sí misma a sí misma por el Discurso.

En la página 73:

En la base de esta dialéctica se encuentra la categoría de la negatividad en el acto de devenir otro que sí. En tanto que sujeto, la substancia es pura negatividad simple.

Entonces, desde la substancia ser-estático-dado (Sein) natural se revela el sujeto del discurso a través de la base de la negatividad, crea un Hombre opuesto a la naturaleza. Digamos, el efecto del logos, del discurso negativiza al ser para hacerlo existir como sujeto otro para sí mismo. Esto suena ya muy lacaniano. Es decir, Hegeliano.

Habla de una reunificación final, entre la substancia (el ser) y el discurso (el sujeto) que se efectúa al final de los tiempos y completa el movimiento creador del Hombre. El pensamiento del Discurso (Hombre) en el seno del Ser (Naturaleza) hasta el advenimiento del Hombre que revelará por su Discurso la totalidad del Ser.

Esta circularidad del discurso filosófico garantiza su verdad absoluta.

Página 75:

Lo verdadero es el todo. Pero el todo es sólo la esencia (realidad esencial Wesen) que se acaba y completa a través de su desarrollo. De lo absoluto ha de decirse que es, esencialmente, resultado, y que hasta al final no es lo que es en verdad; y en esto justa- mente consiste su naturaleza: en ser algo efectivo (objetivamente real Wirkliches), ser sujeto, o en llegar a ser él mismo.

Entonces, esta autocreación del Hombre se efectúa a través de la neagación, y no será ya una realidad natural o inmediata sino una realidad dialéctica o mediatizada, en tanto devenir creador o histórico.

Este movimiento dialéctico real se llama Ciencia o Sistema en Hegel y su resultado será la expresión del espíritu (Geist) como lo absoluto.

Página 79:

Únicamente lo espiritual es lo efectivamente real; es la esencia o lo que es en sí.

El Hombre a través de la negatividad del discurso se convierte en extranjero en el mundo natural, creando un mundo que le es propio, un Mundo histórico, donde el hombre se convierte en un ser radicalmente distinto de lo que es en tanto ser natural. Se trata de la conversión libre del hombre. La espiritualidad del hombre se iguala a su dialecticidad, que le da su libertad, su historicidad y su individualidad. Se trata de un Mundo más “real” que el mundo natural.

Se diferencia de la teología cristiana en que este espíritu es finito y mortal. Solamente a condición de ser mortal es libre e histórico, si fuera eterno, seguiría siendo idéntico a sí mismo.

El aceptar voluntariamente el peligro de la muerte en una lucha por puro prestigio; resignándose a la muerte y revelándola por su discurso, el Hombre llega finalmente al saber absoluto o a la Sabiduría y concluye así la Historia. De tal manera, el Saber absoluto hegeliano o la Sabiduría y la aceptación consciente de la muerte como destrucción completa y definitiva son uno.

El Espíritu no obtiene su verdad más que encontrándose a sí mismo en el desgarramiento absoluto (Zerrissenheit). El Espíritu es potencia, sólo en la medida en que contempla lo negativo cara a cara y se detiene junto a él; esa detención prolongada es la fuerza mágica que transpone lo negativo en el Ser dado. Esa potencia del Espíritu o esa fuerza mágica es igual a lo que más arriba se ha llamado el Sujeto. Esta potencia absoluta se basa en la actividad de separación a través del pensamiento discursivo, transformando el Mundo natural dado y creando el Mundo cultural. Este acto de separar desprende el concepto de una entidad real. Lo desprende de su hic et nunc.

Entonces asistimos a la traslación de la esencia a la existencia a través del discurso.

 

Befriedigung:

Resulta del conjunto del Sistema, esa satisfacción (Befriedigung) del Sabio que presupone su conciencia perfecta del Mundo y de sí, solo alcanza su perfección y su plenitud en y por la conciencia de muerte. Es autoconsciente en tanto que satisfecho. Se trata de la satisfacción de saberse una individulidad libre e histórica pero también finita y mortal.

 

 

REFERENCIAS:

1) Kojeve A. La idea de la muerte en Hegel. Editorial Leviatan. Buenos Aires.
2) Hegel G.W.F La fenomenología del Espíritu. Abada Editores/ UAM Ediciones. Edición bilingüe de Antonio Gómez Ramos 2010.

 


 

* Trabajo presentado en el Seminario de lectura y comentario de textos del 19 de noviembre de 2022 de la Antena Clínica de Bilbao, Curso 2022 – 2023, dictada por Fabián Fanjwaks, dedicada al capítulo 2, «El amo y la histérica», del Seminario XVII, El reverso del psicoanálisis, de Jacques Lacan.