(Referencia de la lección 6, «El amo castrado», del Seminario XVII, El reverso del psicoanálisis, de Jacques Lacan)

JORGE lASTRA*

Freud escribe en 1901 y publica en 1905 el texto “Fragmento de análisis de un caso de histeria”, un trabajo que constituye el eslabón intermedio entre su texto de “La interpretación de los sueños” y “Tres ensayos de teoría sexual”. En un primer momento Freud tituló a este trabajo “Sueños e histeria”, pues lo consideraba muy apto para mostrar a través de su nueva técnica cómo en relación a los sueños se va entretejiendo el historial de un tratamiento y cómo con su ayuda pueden esclarecerse los síntomas. Al mismo tiempo Freud nos advierte que en este caso se topa con varias circunstancias que dan cuenta de lo incompleto del texto y del tratamiento (de ahí que lo proponga como un fragmento): Por un lado, que la duración del tratamiento no superó los tres meses. Por otro lado, que los esclarecimientos relevantes se ocuparon entorno a dos sueños. Y el otro obstáculo del que da cuenta Freud durante todo el texto, y con un gran despliegue en su epílogo, es en relación a la transferencia. Recordemos que la transferencia representa todavía una experiencia nueva y es la primera vez en la que Freud reconoce que el analista tiene en ella su parte.

Al mismo tiempo, en estos tres meses, Freud tomó la responsabilidad de mostrarnos que hay enfermedades que hablan, de un cuerpo hablante, y acercarnos la verdad que nos dicen. El relieve de la importancia de lo que Freud encontró en este caso es releído por Lacan, a lo largo de toda su enseñanza, tanto en sus Seminarios como en sus Escritos. Por ejemplo, en su escrito “Intervención sobre la transferencia” destaca el notable recorrido de Freud bajo la forma de una serie de inversiones dialécticas y los desarrollos de verdad de Dora.

En este Seminario 17 que venimos trabajando Lacan nos propone, dentro de las clases que Jacques-Alain Miller titula bajo el epígrafe “Más allá del complejo de Edipo”, y en particular en la sexta clase “El amo castrado”, una relectura del caso Dora a partir de lo que las histéricas que, por un lado, tienen el mérito de mantener en la institución discursiva la pregunta por lo que constituye la relación sexual, a saber, cómo un sujeto puede sostenerla o, por el contrario, no puede sostenerla; y que, por otro lado, lo que las histéricas pueden enseñarnos a partir de la sensibilidad que tienen sobre la cuestión paterna. Al mismo tiempo que para acercarnos a este caso lo hacemos leyendo cómo Freud aplica su fantasía, su fantasía edípica. Según encontramos en el propio texto de Freud dice que ha mostrado que la fábula de Edipo debe entenderse probablemente como la elaboración literaria de lo que hay típico en los vínculos entre padre e hija. Precisamente, el discurso de esta clase de Lacan se formula alrededor del padre. ¿Y qué podemos ir a pescar de esta cuestión planteada por Lacan en este texto de Freud?

Primero podemos situar el material clínico recogido por Freud de sus primeras entrevistas donde relata que se trata de una muchacha de dieciocho años que llega a su consultorio tras haber escrito una carta de suicidio. Durante las primeras sesiones Freud irá extrayendo los diferentes síntomas con los que habla el cuerpo de Dora: enuresis a los siete años, a los ocho años disnea, seguido de una tos nerviosa, a los dieciséis años aquejada de tos y afonía. Un año antes de consultar a Freud tuvo ciertas dolencias por apendicitis. Freud irá tejiendo las diferentes escenas traumáticas de la infancia y de la pubertad que dan lugar a la aparición de estos síntomas, síntomas que tienen la capacidad de repetirse y que Freud considera como máxima expresión de los secretos de los deseos reprimidos.

¿Y de qué se queja Dora a la llegada al consultorio Freud? ¿Qué viene a denunciar esta adolescente?

Parece ser, nos relata Freud, que el anudamiento vital respecto a la conformación y última enfermedad de Dora es a las vivencias que rodean al cuarteto de mélo (léase el melodrama, la telenovela entre Dora, su padre, el señor K. y la señora K.) y una escena en el lago con el señor K. La señora K. y su padre son amantes desde hace muchos años y lo disimulan bajo diversas ficciones y de este modo Dora queda entregada sin defensa ante los galanteos del señor K. Tras una escena en el lago junto al señor K., Dora confiesa las aventuras que se llevaban a cabo estos cuatro personajes. Dora se quedará bastante satisfecha haciendo reconocer a todo el mundo esta verdad. Y Freud acoge esta primera verdad de Dora, pudiendo abrir el interrogante sobre este desorden del que Dora se queja y que hará hablar a Dora de las relaciones entre estos personajes incluyéndose en la circulación de regalos, así como su complicidad de perdurar la relación entre los amantes.

Al mismo tiempo Freud sostiene que la causalidad de esta escena traumática remite a varios tiempos, a una escena infantil y a otra escena en la pubertad.

Dora recordaba muy bien que en su infancia había sido una chupeteadora. Conservaba esta imagen en sus años de infancia en la que estaba sentada en el suelo en un rincón chupándose el pulgar de la mano izquierda mientras con la derecha daba tironcitos al lóbulo de la oreja de su hermano.

En cuanto a la pubertad, Dora recuerda la primera escaramuza con el señor K.; una escena en su encuentro con el señor K. cuando ella tenía dieciséis años donde éste le arrinconó contra la pared y le besó, beso que produjo asco en Dora. Escena que Dora no reveló a nadie hasta que aparece en el transcurso de a cura.

Esto le vale a Freud para poner en vía asociativa el asco con el asqueroso flúor que Dora significaba padecer por la enfermedad venérea de su padre, de la que siente haber sido contagiada por herencia.

Esta acusación al padre de contagio es una la suma de reproches contra el padre que Dora manifiesta. Un itinerario de pensamientos hipervalentes, que en los labios de Dora aparecen continuamente referidas a las quejas de que no podía perdonarle al padre que continuase tratando al señor K. y en particular a la señora K. después de lo ocurrido en el lago. Éste itinerario de pensamientos venían a ocuparse más intensamente de la relación de su padre con la señora K., pero tras esos círculos de pensamientos se escondían unos celos cuyo objeto era esa mujer. Con unos celos, dice Freud, como los que sentiría un hombre.

Al mismo tiempo cuando Dora hablaba de la señora K. solía alabar “su cuerpo deliciosamente blanco” con un tono que era más el de una enamorada. A esta atracción fascinada hacia la señora K. se suman las confidencias e intercambios que mantiene con respecto al padre de Dora así como la lectura de ciertos libros de contenido sexual. Entonces, tras ser traicionada, la pregunta que queda suspendida es en qué debe lealtad hacia la señora K. ¿Qué saber sostiene esta otra mujer para Dora para servirle ese amor y pleitesía?

Dora insistía en que la señora K. sólo amaba a su padre porque era un hombre de recursos; según Freud esta frase ocultaba a su contraria: que el padre era más bien un hombre sin recursos. Esto sólo podía entenderse sexualmente, que era impotente.

 

PRIMER SUEÑO
En una casa hay un incendio; mi padre está frente a mi cama y me despierta. Me visto con rapidez. Mamá pretende todavía salvar su alhajero, pero papá dice: “no quiero que yo y mis dos hijos nos quememos a causa de tu alhajero”. Descendemos deprisa por las escaleras, y una vez abajo me despierto.

Para la lectura de este sueño encontramos la particularidad de que es soñado repetidas veces a partir de la vivencia de Dora en el lago donde tuvo la escena con el señor K. Siguiendo las interpretaciones enrevesadas que el propio Freud utiliza en el trabajo de desciframiento nos conducen a la cuestión del alhajero o del joyero. Dora recuerda que el señor K. le había regalado un costoso joyero. Este joyero que hace valer la influencia de elementos que provienen del círculo de tentaciones que el señor K. dirige a Dora con sus obsequios y llega asociativamente a la a la escena del beso en la tienda, a raíz de la cual surgió el asco, cuando Dora se topa con el órgano del señor K.

Freud continúa través del círculo de pensamientos oníricos y da cuenta de que la cuestión de este joyero es que no se moje. Esta mojadura, como punto nodal dice Freud, nos encarrila a través de las vías asociativas a la infancia de Dora y le pregunta a Dora si existió un episodio de mojar la cama. Aparece el dato de que este episodio de enuresis duró hasta la aparición de un asma nerviosa. Síntomas que, para Freud, se presentan solo en abstinencia en cuanto al contenido sexual.

En el desarrollo de las interpretaciones del sueño están las acusaciones al padre culpable de la enfermedad venérea, ese fluor albi, el secreto que no quería dejarse arrancar por los médicos que junto con la enuresis establecen para Freud la prueba de la masturbación infantil; otra manera de autosatisfacción que nos remite a sus tiempos de chupeteadota.

 

SEGUNDO SUEÑO
Ando paseando por una ciudad a la que no conozco, veo calles y plazas que me son extrañas. Después llego a una casa donde yo vivo, voy a mi habitación y hallo una carta de mi mamá tirada ahí. Escribe que, puesto que yo me he ido de casa sin conocimiento de los padres, ella no quiso escribirme que papá ha enfermado. “Ahora ha muerto, y si tu quieres, puedes venir.” Entonces me encamino hacia la estación ferroviaria y pregunto unas cien veces “¿Dónde está la estación?”. Veo después frente a mí un bosque denso; penetro en él, y ahí pregunto a un hombre a quien encuentro. Me dice: “Todavía dos horas y media”. Me pide que lo deje acompañarme. Lo rechazo, y marcho sola. Veo frente a mí la estación y no puedo alcanzarla. Ahí me sobreviene el sentimiento de angustia usual cuando uno en el sueño no puede seguir adelante. Después yo estoy en casa; entretanto tengo que haber viajado, pero no sé nada de eso… Me llego a la portería y pregunto al portero por nuestra vivienda. La muchacha de servicio me abre y responde: “la mamá y los otros ya están en el cementerio”

Ciertas cuestiones rodean a la emergencia y relato de este segundo sueño:

Por un lado, que el trabajo de este sueño se desarrolló en tres sesiones, o bien podríamos decir que en dos sesiones, más una última sesión en la que Dora anuncia su despedida a Freud.

Por otro lado, desde hacía algún tiempo, la propia Dora planteaba preguntas acerca de la conexión de sus acciones con los motivos que podían conjeturarse.

Y surgen varios interrogantes: ¿por qué durante los primeros días que sucedieron a la escena del lago no dijo nada acerca de ella? ¿Por qué no se lo contó repentinamente a sus amistades?

Para Freud este hecho de no poner en conocimiento a sus padres de lo sucedido justo después de la escena lo explicita como la influencia de estar bajo una manía patológica de venganza hacia su padre. Al mismo tiempo esta manía de venganza ocultaba la corriente opuesta: la nobleza con que ella perdonó la traición de la señora K.

En el arte del trabajo de este sueño, por las diferentes vías que se van tejiendo, Dora coloca las palabras decisivas que obtuvo del señor K. en la escena del lago:”Mi mujer no es nada para mí”, tras las cuales Dora le propinará una soberbia bofetada. Es, a partir de este momento que Dora empecerá a denunciar a todos, hace escándalo respecto de lo que hasta ese momento había soportado.

Entonces, ¿qué le interesa a Dora para poner a todo el mundo en jaque?:

En la estructura del sueño encontramos varios puntos que nos pueden orientar sobre esta cuestión:

Ven si quieres -Ven si quieres dice la madre, como eco de la señora K. en la invitación para ir al lago.

Y continúa la frase: Ven si quieres, tu padre ha muerto y vamos a enterrarlo. Dora se encamina por un bosque denso y es obligada a preguntarse dónde vivía su padre.

Freud va a extraer a varias imágenes del sueño que corresponden con el punto nodal en la trama de los pensamientos oníricos. Una es la imagen de la Madonna Sixtina de Rafael que contempló en la galería de Dresde, donde pasó dos horas extenuada mirando a esta madre virgen, haciendo de la mujer objeto de un deseo divino.

Otra de las imágenes que pasean por las asociaciones que produce este sueño es el recuerdo de unas ninfas de aquella exposición; ninfas, que nos conducen a aquella imagen de la infancia de Dora infans chupándose el pulgar izquierdo.

Freud le pregunta acerca del conocimiento sobre las ninfas y Dora recuerda haberlas extraído de un libro. Esto le hace asociar a un recuerdo de un pequeño fragmento del sueño:

Con particular nitidez, me veo subir por la escalera, y tras su respuesta me voy, pero en modo alguno triste, a mi habitación, y ahí leo un gran libro que yace sobre mi escritorio.

El padre había muerto y los otros ya habían viajado al cementerio. Y Freud argumenta que si su padre había muerto, ella podía leer tranquila o amar como quisiese.

Lacan nos indica como Dora encuentra un fácil sustituto a ese padre en un grueso libro, el diccionario, el mismo donde se aprende lo relativo al sexo. Ella indica así lo que le interesa, aún más allá de la muerte de su padre, es el saber que éste produce. Un saber, no uno cualquiera, un saber sobre la verdad.

 

 

 

* Trabajo presentado en la clase del 18 de marzo de 2017 del Seminario del Campo Freudiano de Bilbao, Curso 2016 – 2017, dedicado al Seminario 17, El reverso del psicoanálisis, de Jacques Lacan