Iñigo Martínez*

 

La paradoja del goce -título de este apartado- tiene una estrecha relación con la moral kantiana (y su paradoja). Esto supone cierta vuelta al capítulo VI titulado “De la Ley Moral” donde también se alude a la barrera de la Ley, que hace retroceder ante el deseo. En estos capítulos frente a la pregunta ¿que sucede cada vez que suena para nosotros la hora del deseo? Lacan responde que el Bien es la primera muralla de contención y que lo Bello forma la segunda y por eso también se le acerca más. Yo me detendré en la primera barrera, en la función del Bien. Tal vez aun no estoy preparado para acceder a la segunda.

Entonces aquí Lacan al igual que Freud y Kant, niegan que el deseo esté del lado del Bien o del principio de placer, como formulaban la éticas antiguas guiadas por la tradición hedonista. El Bien supone la exclusión del sujeto deseante, es en definitiva una coartada, su más allá. Así nos alerta Lacan contra la trampa benéfica de querer el bien del sujeto.

Pero esta diferencia entre Bien y Placer parte en la “Critica de la Razón Practica” escrita por Kant en 1788 de una diferencia lingüística. Cito a Kant donde critica: Una vieja expresión escolástica que dice “nada apetecemos que no se halle bajo la razón de lo bueno y nada detestamos si no es en razón de lo malo”. Esto es a menudo perjudicial para la filosofía porque debido a algunas restricciones lingüísticas, las expresiones “bonum” y “malum” entrañan una ambigüedad que las hace susceptibles de un doble sentido e introducen cierta confusión en las leyes prácticas (pag 141, edición Alianza, 2007).

Se trata de la homonimia que se emplea al decir “se está bien en el bien” o “se esta mal en el mal”. Sobre esta observación filológica parte Lacan en este capítulo “les hablaré pues del bien y quizás les hable mal de él”. Que se pueda estar bien en el mal es ya un viraje que poéticamente –bellamente- canta Baudeleire en el siglo XIX….

Pero –continuando con Kant en la diferencia entre Bien y placer- nos dice: El idioma alemán tiene la fortuna de albergar distintas expresiones que no dejan pasar esta confusión por alto. Para lo que los latinos designan como única palabra “bonum” el alemán cuenta con dos conceptos muy diversos y dos expresiones distintas: das Gutte “lo bueno” y das Whol “lo provechoso”. Es muy distinto juzgar una acción por lo bueno o lo malo de la misma; o juzgarla por lo provechoso o lo perjudicial que nos suponga (pag 142).

Ley moral entonces no puede fundarse en el bienestar del sujeto particular: debe depender de un juicio que rebase el plano propio o del otro: el bienestar (Wohl) no puede ser un signo del Bien (Gutte). La ley de la razón práctica debe imponerse a la conciencia en todos los casos: trata con el sujeto trascendental, el sujeto de la razón pura (aunque práctica).

Así, la ley impone el rechazo de lo todo patológico (pag 77): de las pasiones, del pathos, de todo lo que se relaciona con los afectos, el amor, el odio, la ternura, la piedad. Lo sentimental no puede ser criterio para el comportamiento: “La apatía es la condición indispensable de la virtud”.

Pero como el deseo orienta del modo más diverso, para este ser que no cuenta con la razón como único fundamento determinante, la regla moral supone un imperativo, un “debe hacerse”. Viene a decir: si la razón fuese el único determinante de la voluntad la acción tendría lugar inexorablemente, conforme a esa regla. La ley se impone incondicionalmente, por la enunciación de su mandato, no por el enunciado de su contenido. No requiere de explicaciones que la hagan aceptable. Esto llevó a Freud a advertir la relación entre el imperativo categórico –el nombre que toma este mandato incondicional en Kant- y lo que denominó super-yo, como una exigencia insensata, cruel y feroz que se impone al sujeto sin admitir ningún tipo de pretextos para no ser cumplida.

Kant desmantela una tradición ética referida a una diversidad de consejos para manejarse bien en la vida, que se da en las que llama éticas materiales y funda una moral universal, dando únicamente la forma de su imperativo categórico. Una moral científica (En el sentido de la causa formal, que leíamos en “La Ciencia y la Verdad”. Los consejos de las éticas materiales ‘por su parte quedarían del orden de la causa eficiente).

Así su famoso imperativo categórico, carente de sujeto de la enunciación queda enunciado como “actúa de tal modo que la máxima de tú voluntad siempre pueda valer al mismo tiempo como legislación universal” (pag 97).

Diferenciando en Kant máxima de ley: Una máxima es un principio subjetivo y una ley vale objetivamente para la voluntad de cualquier ente racional”. Por ejemplo –nos dice- Has de trabajar y ahorrar en la juventud para no padecer miseria durante la vejez.. Es claramente una máxima ya que deja al sujeto la posibilidad de administrar tal deseo: tal vez tenga recursos adquiridos ajenos a su propio esfuerzo o bien no espere llegar a viejo o crea saber como acomodarse a la miseria. La regla moral sólo puede formularse sin esas condiciones tan azarosas como subjetivas.” (pag 79).

La apatía propia del comportamiento moral no debe así entenderse como una condición para la felicidad sino como lo incondicional mismo de la ley en tanto pura. La felicidad es una cosa de la imaginación, no de la razón –como reza una famosa cita Kantiana.

Pero pese a su intento puro y despatologizador, Kant no puede dejar de admitir un correlativo sentimental de la ley moral: el dolor. Le cito: la ley como principio de determinación de la voluntad, al ir en detrimento de todas nuestras inclinaciones debe producir un sentimiento que puede ser llamado el dolor. Este es el único caso en que nos es posible determinar un sentimiento en relación a un concepto a priori. (pag 173).

Agradece Kant el dolor en la medida que nos marca el Bien de la acción. Y trae para argumentar esto una cita estoica exclamada ante un agudo ataque de gota. ¡Oh dolor! Por más que me atormentes nunca reconoceré que seas algo malo. Kant añade: llevaba razón. A un dolor físico, no se le puede atribuir un mal moral, y ese dolor no mermaba en lo más mínimo el valor de su persona, al contrario. (pag 143).

Es en ese sentido que Lacan va a afirmar que la verdad de la pureza kantiana esta en Sade. Pero esa ya es otra reseña.

 

*Trabajo presentado el 15 de marzo de 2014 en el Seminario del Campo Freudiano de Bilbao, Curso 2013-2014, dedicado al Seminario VII de Jacques Lacan, «La Ética del Psicoanálisis”