Bárbara Gallastegui *

 

Raymond Queneau, uno de los escritores franceses más originales y prolíficos del siglo pasado, nació en El Havre en 1903, y murió en París en 1976. En 1952 publica la novela Le dimanche de la vie, traducida al castellano como La alegría de la vida. Queneau toma prestado el título
de la novela, de un pasaje de Hegel que dice como sigue: «Sin duda el hombre ha de ocuparse necesariamente de lo finito; pero hay una necesidad superior, que es la de que el hombre tenga un domingo en la vida, para elevarse sobre los quehaceres de los días ordinarios, ocuparse de la verdad y traerla a la conciencia.»

Queneau no es un escritor ortodoxo, su particular estilo está atravesado por su afán por explorar los usos y abusos del lenguaje. Preconizaba acercar el lenguaje oral al escrito, escribir como se habla y lo que a primera vista parecen erratas o barbaridades lo son a propósito.

Lacan hace referencia a Raymond Queneau en varias ocasiones a lo largo de su seminario. Se conocían y, cuando contaban con poco más de treinta años, ambos asisten juntos al curso de Alexandre Kojève sobre La fenomenología del espíritu de Hegel.

Con ese título, El domingo de la vida, Queneau ilustró jocosamente el estadio final al que llegaría el sujeto de la historia de la humanidad a través de síntesis sucesivas en la perspectiva de alcanzar un saber absoluto, tal como lo desarrolla la dialéctica hegeliana en su gran obra La fenomenología del espíritu.

El argumento de esta hilarante novela se desarrolla entre Burdeos y París en los años previos a la segunda guerra mundial. Valentin Brû, un joven exsoldado que decide no reengancharse al ejército tras prestar servicio durante cinco años, despierta sin saberlo la admiración de una mercera veinticinco años mayor en el trayecto cotidiano que realiza del cuartel al curro. Hasta tal punto, que ella, la señorita Julia Julie Ségovie, eterna solterona, emprende una campaña a ciegas para casarse con él.

Tan decidido es el deseo de esta mujer entrada en la cincuentena que afirma: “será él y ningún otro, me casaré con Valentin Brû y nadie me lo impedirá, ni siquiera él”. Y, eso, a pesar de no conocer de este muchacho más que la gracia con la que viste su uniforme y la soltura inconsciente con la que pasea.

Julie es una mujer perspicaz y hecha a sí misma, de carácter socarrón, malhablada, irónica, con unas salidas bastante subidas de tono y un poco puñetera. Completan el abanico de personajes principales el matrimonio formado por la atractiva hermana de Julie y el pobre ambicioso de su marido, que rivalizan con Julie por hacerse con la herencia de la madre de ambas o por tener la cresta más brillante, en cualquier caso.

Sin embargo, la relación de las hermanas es de una desternillante complicidad. Chantal, la hermana de Julie, hace uso de todos sus encantos con el militar superior a cargo para llevar a cabo las averiguaciones pertinentes respecto al susodicho elegido en gracia por su hermana.

Dato no menor es que de las primeras aproximaciones que el autor de la novela aporta sobre el protagonista, Valentin Brû, es que este no figura en el registro de los efectivos del ejército, de forma que queda notablemente indeterminado.

A Valentin Brû, la noticia de que una mujer se ha propuesto casarse con él le es presentada como un chollo por cuanto el ventajoso matrimonio le comportaría acceder a un oficio en la mercería y la proyección de una vida arreglada, en un joven con la única aspiración de ser barrendero en la vida civil. Valentin Brû acepta su destino con una indiferencia pasmosa, sólo sabe lo justo, se va a casar, aunque se haya olvidado de preguntar hasta cómo se llama su futura esposa.

La ridícula desesperación del cuñado y sus torpes intentos de disuasión no consiguen dinamitar el proyecto de casamiento. Julie y Valentin se casan a los 3 meses y, desde entonces, conforman un sólido y extraño matrimonio. Ella sabe lo que conviene y él asume y obedece. Su maridito acata y ejecuta las misivas de la cabeza pensante de la pareja. A Valentin, que por lo general no pensaba en nada, no le gusta contrariar los deseos legítimos de su mujer y se muestra encantado de poder satisfacerla.

Sin embargo, progresivamente, un deslizamiento comienza a producirse, y aunque Julie jamás pierde su lugar dominante, Valentin en su consentimiento tácito comienza a dibujarse cómo algo más que un apéndice de Julie. Cuando se mudan a Paris, pasa a ser Valentin el que regenta el nuevo negocio que les sustenta, una tienda para marcos y miniaturas. Por su parte, Julie pasa los días, sin que se le conozca ocupación, sola en la vivienda de ambos en el piso de arriba de la tienda, o eso parece.

El negocio languidece, pero curiosamente no los clientes. Están los que van a comprar y los que frecuentan la tienda para contarle a Brû sus confidencias. Valentin, adiestrado por Julie, se convierte en un experto entrevistador y en una vía directa de jugosa información sensible sobre las intimidades de los vecinos del barrio para una ávida y exigente Julie, que reingurgita las informaciones con voracidad. Con tanta confesión, Valentin pronto conoce que desde hace meses todos los vecinos acuden a pedir los servicios de la vidente del barrio, la señora Saphir, cuya identidad aún no sospecha.

A pesar de lo estable y funcional del vínculo indeleble de ambos, el personaje de Valentin comienza a autonomizarse, al igual que sus propias y molestas producciones psíquicas. Su percepción de Julie también empieza a ser menos totalitaria. Pasa de estar convencido y experimentar en sus carnes que nada puede ocultársele a Julie, que adivina todo, a engendrar reflexiones internas sobre lo estanco para Julie de sus pensamientos cuando Brû no los hace pasar por la voz o de reconocerse como un sujeto capaz de tener una opinión propia.

Cuando Julie sufre un ictus y queda paralítica, la identidad de la señora Saphir queda al descubierto. Julie era la vidente del barrio gracias a las confidencias que le proporcionaba Brû. Ahora convaleciente, Julie traspasa su puesto a Brû, que cierra su negocio. Con las directrices de Julie, ataviado con velo y unas medias, Brû se convierte en la nueva vidente de sexo masculino del barrio, y con más éxito que su mujer.

Valentin siempre supo que la guerra llegaría. Cuando estalla, la guerra le separa de Julie, es movilizado a una zona alejada del frente y allí, decide convertirse en santo. El libro acaba cuando Valentin comienza a ser reconocido como un potencial profeta y su mujer lo reencuentra.

Podríamos entonces sintetizar la evolución del protagonista Valentin Brû en varias etapas sucesivas en una suerte de camino iniciático. En un primer momento, es inconsciente respecto de sí mismo y ni siquiera aparece en el registro del ejército. Obtiene una existencia desde el momento en el que Julie se fija en él, y en este segundo momento el personaje queda relegado a un juguete en las manos de ella. Después, Valentin comienza a aprender el oficio de comerciante y accede a una etapa de autoconciencia. En la última parte de la novela, Valentin alcanza una suerte de sabiduría y un conocimiento de la humanidad y del mundo hasta casi pasar por un profeta a los ojos de los demás, llegando a predecir la inminencia de una guerra que nadie creía que fuese a suceder.

La novela quizás permite decantar una homología con la dialéctica del amo y del esclavo de Hegel asimilados a sus dos personajes principales. En La fenomenología del espíritu, Hegel hace de la dialéctica la ley de todo proceso. Hegel plantea que en la Historia de la Humanidad el ser humano llega a la autoconciencia pasando por varias fases, teniendo que mediar el deseo, que es, finalmente, deseo de ser reconocido como individuo por el semejante. Y siguiendo el desarrollo de Hegel, en esa dialéctica uno debe reconocer al otro como amo y hacerse reconocer como esclavo. Como dice Lacan en este capítulo, la función del amo es un enigma, nada indica como impondría el amo su voluntad, pero lo que está fuera de duda es que hace falta un consentimiento. Consentimiento al que cede Valentin en el interior de la relación de reconocimiento que se constituye por intermediación de Julie.

Para Hegel la conciencia no se atrapa en la inmediatez de la relación a sí mismo, sino que se pelea, se lucha para obtener del otro el reconocimiento de sí. Al amo le queda gozar de las cosas que el esclavo le prepara. El esclavo actúa sólo para satisfacer los deseos del amo y no los suyos propios, el es quién sabe lo que desea el amo. Pero, finalmente, la laboriosa servidumbre se revela como origen de todo progreso, progreso que pertenece al esclavo trabajador. Y aunque el amo no participa activamente en el proceso, sin su presencia este proceso sería imposible. El esclavo en virtud de ese trabajo forzado llega al final de la historia, a ese término que llama el saber absoluto. Así, la idea hegeliana es que el saber avanza hacia un saber absoluto que se alcanza al final de la historia, y al alcanzarse, sería según los términos de Lacan, Le dimanche de la vie, El domingo de la vida, no habría nada más que hacer, el descanso.

Por tanto, el saber no se adquiere, sino que se forma en un movimiento hacia lo otro para volver sobre sí en una determinación superior. El domingo de la vida del filósofo alemán se puede pensar entonces como un camino espiritual de la autoconciencia, originado por la acción, y que culmina en la sabiduría autoconsciente que es la esencia del sujeto. Para Lacan hay, sin embargo, una falla en el idealismo filosófico: la dialéctica del sujeto no se produce sino en la afánisis del sujeto mismo, en tanto éste es representado por su alienación a un significante. Esta afánisis, dirá Lacan, se produce no en la autoconciencia, sino en la Otra escena; es decir, en el inconsciente. Lacan critica a Hegel pues no se trata de la articulación del saber para alcanzar el saber absoluto, sino que de la pérdida de goce puede entrar en el discurso. En este lugar, marcado por la hiancia, no hay posibilidad de saber absoluto, y por tanto no es posible «elevarse sobre los quehaceres de los días ordinarios, ocuparse de la verdad y traerla a la conciencia». Lacan, por tanto, no esperaba de la experiencia analítica que desembocara en un domingo de la vida.

 

 

 

BIBLIOGRAFIA:

1) Queneau, Raymond. La alegría de la vida. Hermida editores, Madrid, 2019.
2) García de Frutos, Héctor. “Le dimanche de la vie, de Raymond Queneau”. Nodus XXXII, octubre 2010.
3) Martínez, Iñigo. La dialéctica del Amo y el esclavo en Hegel. Referencia de la clase del 21 de enero de 2017 del Seminario del Campo Freudiano de Bilbao.
4) Lacan, Jacques. El Seminario, libro 11, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Paidós, Buenos Aires, 2003. Capítulo XVII. Pag. 229.
5) Lacan, Jacques. El Seminario, libro 17, El reverso del psicoanálisis. Paidós, Buenos aires, 2004. Capítulo II.

 


 

* Trabajo presentado en el Seminario de lectura y comentario de textos del 19 de noviembre de 2022 de la Antena Clínica de Bilbao, Curso 2022 – 2023, dictada por Fabián Fanjwaks, dedicada al capítulo 2, «El amo y la histérica», del Seminario XVII, El reverso del psicoanálisis, de Jacques Lacan.