(Referencia de la lección 9, «La feroz ignorancia de Yahvé», del Seminario XVII, El reverso del psicoanálisis, de Jacques Lacan)

Susana Viar*

De “Moisés y la religión monoteísta”, publicado en 1939 y uno de los últimos libros de Freud, me voy a centrar en la muerte de Moisés.

Para este escrito investiga en numerosos textos de literatura judía, textos bíblicos, en diversos historiadores como E. Meyer, E. Sellin, etc.

Como habitualmente hace Freud, en este libro, muestra sus dudas, sus idas y venidas, lo que puede ser cierto o lo que no, deducciones derivadas de lo que va indagando y de su propio saber. En este caso, sus pesquisas se apoyan generalmente más en los historiadores que en los textos bíblicos que considera en muchas ocasiones desfiguran la historia de Moisés.

Moisés fue discípulo del faraón Akenatón, que reinó cerca del año 1350, en el s. XIV A. C. Akenatón o Ikhnatón, fue el primer individuo de la historia humana que creyó en un Dios Uno. Para este Dios, retomó el nombre antiquísimo del dios solar Atón. Se propuso imponer una religión nueva en Egipto, que contrariaba las milenarias tradiciones del país y la religión popular. Tras la derrota política del faraón, cuyo gobierno duró 17 años, se derrotó también su revolución religiosa. Moisés si no quería abjurar de sus convicciones tenía que fundar un nuevo reino, hallar un nuevo pueblo a quien donarle la religión que los egipcios habían desdeñado. Se pondrá entonces a la cabeza de los hebreos inmigrantes en Egipto, transmitiéndoles la joven religión monoteísta, proscripta ahora por la restauración del politeísmo. Se puso de acuerdo con ellos asumiendo la jefatura y procuró su emigración. En total oposición a la tradición bíblica, cabe suponer que el Éxodo se realizó de manera pacífica.

Ernst Sellin encontró en el profeta Oseas (2ªmitad del s VII A. C.) los indicios inequívocos de una tradición, cuyo contenido es que Moisés, el fundador de la religión, halló violento fin en una revuelta de su pueblo díscolo, y que este pueblo al mismo tiempo repudió la religión por él fundada. Esta tradición no se limita a Oseas; retorna en la mayoría de los profetas siguientes. Por otro lado, al término del exilio babilónico, en el S. XVI A. C., se desarrolló en el pueblo judío, la esperanza de que volviera de entre los muertos aquel tan ignominiosamente asesinado, y condujera a su arrepentido pueblo al reino de la bienaventuranza duradera. No han de ocuparnos aquí, dice Freud, los evidentes vínculos con el destino de un fundador de religión que después advendría.

De Sellin tomamos pues el supuesto de que Moisés fue asesinado por los judíos, quienes abandonaron la religión que él introdujo. La tesis de Sellin es bastante verosímil; Moisés oriundo de la escuela de Iknatón, se serviría de los mismos métodos que el rey; impartiría órdenes e impondría su fe al pueblo. Moisés como Iknatón, hallaron el destino típico de los déspotas ilustrados. El pueblo de Moisés como el pueblo egipcio de Iknatón, eran incapaces de tolerar una religión tan espiritualizada y hallar en su programa una satisfacción a sus necesidades. En ambos casos sucedió lo mismo, los tutelados y empequeñecidos, se irguieron y arrojaron de sí el lastre de la religión que se les imponía. Los domesticados egipcios esperaron a que el destino eliminara la santa persona del faraón pero los silvestres semitas, tomaron el destino por su mano y abatieron al tirano.

Freud se apoya en el mito para esclarecer muchos fenómenos psíquicos o viceversa como es este caso. Se apoya en todo lo que ha ido construyendo a lo largo de su vida con el psicoanálisis para explicar el fenómeno religioso y en este caso concreto las causas y consecuencias del asesinato de Moisés.

Dice Freud, “Comprendemos q el primitivo necesite de un Dios como creador del universo, autoridad de la estirpe y tutelador personal… El hombre de épocas posteriores, el hombre actual, se comporta de igual modo. También él, aún de adulto, sigue siendo infantil y menesteroso de protección; cree no poder prescindir del apoyo en su dios…En tiempos primordiales, hubo una única persona que debió de aparecer hipergrande, y que luego ha retornado en el recuerdo de los seres humanos enaltecida a la condición divina”. Entonces, cuando Moisés aportó al pueblo la idea del dios único, ella no era nada nuevo, sino que significaba la reanimación de una vivencia de las épocas primordiales de sus vidas, desaparecida desde largo tiempo de la conciencia de los hombres.

De Darwin tomó Freud la hipótesis de que los hombres vivieron originariamente en pequeñas hordas bajo el violento imperio, cada una, de un viejo macho que se apropiaba de todas las hembras y castigaba y eliminaba a los varones jóvenes, incluso a sus hijos. Atkinson siguió con la idea de que un sistema patriarcal halló su término en una sublevación de los hijos varones que avasallaron al padre y lo devoraron en común. Freud, basándose en Robertson Smith sobre el tótem, supuso que la horda paterna dejó sitio al clan fraterno totemista. A fin de convivir en paz, los hermanos triunfantes renunciaron a las mujeres, por cuya causa, sin embargo, habían dado muerte al padre. La ambivalente postura de sentimientos de los hijos varones hacia el padre, se mantuvo en vigencia a lo largo de todo el desarrollo ulterior. En lugar del padre, se instituyó un animal como tótem; se lo consideraba espíritu protector, no estaba permitido hacerle daño ni matarlo, pero una vez al año, toda la comunidad de los varones celebraban un banquete ceremonial en el que despedazaban y devoraban al animal totémico. Era la repetición ceremonial del padre, con el cual se había iniciado el orden social, las leyes éticas y la religión. Llama la atención la concordancia de este banquete con la eucaristía cristiana.

El asesinato de Moisés, dice Jean-Michel Hirt en el prólogo del libro, es tan humano como la repetición del crimen de los tiempos primitivos de los hijos contra el modelo paterno.

Moisés aseguraría a los judíos que ellos eran sus hijos amados y un efecto no menos avasallador, debió de ejercer sobre ellos la representación de un dios único, eterno y omnipotente para el que ellos no eran insignificantes ya que habían sido el pueblo elegido por él, y les había prometido velar por ellos. Es probable que a los judíos no les resultara fácil separar la imagen de Moisés de la de Dios.

Hirt, aclara en el prólogo que Moisés parece llevar inscripta la renuncia pulsional, cualidad del gran hombre y la que va a llevar a los otros hombres al mismo sacrificio de sus pulsiones.

Moisés, santificó a su pueblo al impartir la costumbre de la circuncisión. La circuncisión es el sustituto simbólico de la castración que el padre primordial fulminó sobre sus hijos varones y quien así recibía ese símbolo, mostraba estar dispuesto a la voluntad del padre.

Para Freud el verdadero material que está en juego es el asesinato del padre y su posterior represión antes de su retorno de una forma desfigurada. La culpa nace del olvido del asesinato.

 

 


* Trabajo presentado en la clase del 10 de junio de 2017 del Seminario del Campo Freudiano de Bilbao, Curso 2016 – 2017, dedicado al Seminario 17, El reverso del psicoanálisis, de Jacques Lacan