(Referencia de la lección 8, «Del mito a la estructura», del Seminario XVII, El reverso del psicoanálisis, de Jacques Lacan)

Bárbara Gallastegui*

En el desarrollo del capítulo VIII del seminario que nos ocupa, capítulo que lleva por título El mito y la estructura, Lacan se vale una vez más en su enseñanza del llamado sueño freudiano del padre muerto al que ya se había referido anteriormente en los seminario VI, IX y XVI así como en sus Escritos, en el texto titulado Subversión y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano, alineándolo sobre las dos líneas de la enunciación y del enunciado que quedan trazadas en el grafo del deseo. En esta ocasión, es a propósito de la formulación del padre como agente de la castración, que Lacan se servirá de este sueño para introducir el anhelo de muerte del padre en el nivel de la interpretación onírica en su imbricación esencial con el mito edípico del asesinato del padre que Freud toma. Lacan aborda qué es lo que constituyen los deseos de muerte y qué enmascaran, si enmascaran algo, poniendo en el centro, el sueño que se enuncia: él no sabía que estaba muerto.

Vayamos pues al sueño. Freud se refiere en varias ocasiones a lo largo de su obra al sueño del padre muerto. Un primer momento se encuentra recogido en la sección VI de La interpretación de los sueños, que lleva por título El trabajo del sueño concretamente en el apartado G. Sueños absurdos, aunque este sueño, no fue incorporado a la Traumdeutung hasta 1930. Inicia el apartado con el análisis de varios sueños que presentan el elemento absurdo como constante, en que personas ya muertas se presentan como vivas, hasta llegar al que nos ocupa. Freud justifica la apariencia absurda del sueño como un medio de presentación que permite la figuración de un pensamiento reprimido que se preferiría considerar impensable, de tal forma que se puede tener noticia de aquello que responde a la repulsa más extrema. El trabajo del sueño transformaría en absurdo el contenido onírico cuyo sentido quedaría por tanto oculto hasta que una profundización más exhaustiva permitiese su esclarecimiento. Es un sueño corto que, como siempre, Freud aporta en el nivel transcripto, ya que lo esencial del análisis freudiano se basa siempre en el relato del sueño, como algo ante todo articulado. He aquí el sueño objeto de nuestro estudio:

Un hombre que había cuidado a su padre durante su larga y cruel enfermedad letal, y sufrió mucho a causa de su muerte, informa que en los meses que siguieron al deceso soñó repetidas veces el siguiente sueño disparatado: El padre estaba de nuevo con vida y hablaba con él como solía, pero (esto era lo asombroso) estaba no obstante muerto, solo que no lo sabía.

Añade Freud que se comprenderá este sueño, que parece absurdo, únicamente si a continuación de ‹‹estaba no obstante muerto›› se agrega ‹‹según el deseo del soñante›› o ‹‹a causa de su deseo››, y si se añade ‹‹que él, [el soñante] lo deseaba›› a las palabras ‹‹sólo que no lo sabía››, esto es, el soñante no sabía que tenía este deseo.

Apunta Freud que el hijo, mientras asistía a su padre enfermo, había deseado repetidas veces que él muriese, es decir, había engendrado el pensamiento piadoso de que la muerte lo liberase de esa tortura. Una vez fallecido el padre y durante el duelo, este mismo deseo del hijo compasivo se convirtió en reproche inconsciente, como si con él hubiera contribuido realmente a acortar la vida del enfermo. La apariencia absurda resultaría indispensable para permitir al reproche expresarse, pues Freud teoriza que no sería la primera vez que el hijo habría deseado la muerte de su padre, sino que dicho deseo provendría de la edad infantil en que el pequeño abrigaba las más tempranas mociones hostiles hacia su progenitor.

Según Freud los sueños sobre el padre muerto reúnen de manera típica las condiciones para la creación de sueños absurdos, puesto que la piedad que en el pensamiento del soñante adulto envuelve a la persona del padre especialmente tras su muerte, refuerza a la censura que se esfuerza por mantener inconscientes la razones que en el infante dieron lugar a la crítica del padre, a saber, su autoridad y las rigurosas exigencias que le imponía y que llevaban al niño a acechar cualquier debilidad del padre. La contradicción que el trabajo onírico figura valiéndose de lo absurdo puede explicarse entonces por el sentimiento de ambivalencia afectiva que preside la relación del soñante con el muerto.

En el texto de 1911 Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico, artículo que trata acerca de la formulación del deseo inconsciente, Freud sitúa el sueño como cumplimiento de deseo bajo la égida del principio de placer, recordando, así mismo, que en los procesos inconscientes no rige el examen de la realidad efectiva exterior. Sin embargo, en esta línea, advierte que no hay que menospreciar unas fantasías inconscientes y la culpabilidad ligada a ellas, por el hecho de que en la realidad objetiva no se haya cometido ningún delito. Y así es cómo en este texto toma el sueño que venimos trabajando, y del que se sirve para ilustrar lo que denomina la valorización neurótica (neurotische Währung), en la medida en que el proceso primario irrumpe allí, queriendo dar el justo valor al sentimiento de culpa neurótico que da forma al conocido caso de los autorreproches que siguen a la muerte de un deudo querido. El pensamiento onírico encubierto en el sueño reza entonces: Era para él un doliente recuerdo el haber tenido que desearle la muerte a su padre (como liberación) cuando él vivía, y cuán espantoso habría sido que el padre lo sospechase. Ese reproche, añade Freud, como ya lo habíamos adelantado, se remonta hasta el significado infantil del deseo de muerte contra el padre.

Una última referencia, la encontramos en la Doceava conferencia de introducción al psicoanálisis, de 1916, que lleva por título, Análisis de ejemplos de sueños. En el tercer sueño de la serie se analiza un sueño muy similar, si no idéntico al ya examinado, en el que se corrobora la hipótesis de que tras la máscara de consideración caritativa se encubre el deseo de muerte contra el progenitor pesquisándose una vez más la raíz de esta hostilidad en la vida infantil.

En el desarrollo más exhaustivo que realiza Lacan de este sueño en el seminario 6, titulado El deseo y su interpretación, trabajo que se sitúa a nivel del significante, como el propio Freud lo indica formalmente, el sentido del sueño e implícitamente su interpretación pivota sobre esa cláusula <<según su anhelo››, elidida del relato del soñante, elisión sobre la que la represión recae y que produce un efecto de significación. El propio Freud subrayó en gran medida con cuánta frecuencia toma el sueño la vía, a saber, que en lo que articula como lo que no debe ser dicho reside justamente lo que tiene que decir. Él estaba muerto según su anhelo nos lleva a afirmar que el dolor que el sujeto siente en el sueño, es el dolor por la existencia misma cuando el deseo ya no está, el dolor por una existencia habitada nada más que por la existencia misma y el exceso de sufrimiento. Ese dolor de existir fue el experimentado por el padre en su agonía, del que el sujeto estaba enterado, y que asume sin saberlo. Lo prueba el hecho que en el sueño sólo puede articular ese dolor de un modo en que su relación con el otro es a la vez fiel y cínica, y bajo una forma absurda. Como ya apuntábamos el absurdo se introduce como elemento expresivo de un repudio particularmente violento del sentido designado. Aunque el sujeto puede ver que él anhelaba que el padre muriese para acabar con sus sufrimientos, anhelo que hacía por ocultar al padre, lo que le resulta del todo necesario al soñante es mantener su propia ignorancia, situándola en el personaje del padre, mediante ese, él no lo sabía, para no saber que más vale no haber nacido. Lacan desvela el contenido más secreto de ese anhelo, que es el anhelo de la castración del padre, el anhelo por excelencia que, en el momento de la muerte del padre, retorna al hijo porque es su turno de ser castrado y eso es lo que no hay que ver por nada del mundo. El deseo del sueño es precisamente sostenerse en esa ignorancia; el sujeto se carga con el dolor del otro, mientras que hace recaer sobre este lo que él no sabe, o sea, su propia ignorancia. Es la cuestión que se retoma en el capítulo que nos ocupa, cuando Lacan afirma que lo que es indispensable para la vida es que algo no sepa que Yo estoy muerto, en la medida en que yo estoy condenado a morir. El padre es aquel cuya muerte el sujeto anheló, en la medida en que nada es más intolerable que la existencia reducida a sí misma, la existencia sostenida en la abolición del deseo. Aquí, el deseo de muerte adquiere su pleno sentido. El sujeto, por la muerte de su padre, se ve confrontado con la muerte de la cual hasta entonces la presencia del padre lo protegía. Confrontado con la muerte, es decir, con esa x que está ligada a la función del padre, que está presente en ese dolor de existir y que es el punto central en torno al cual gira todo lo que Freud descubre en el complejo de Edipo, a saber, la significación de la castración.

Así lo indica Lacan en este capítulo del seminario 17, es de padre a hijo como se transmite la castración. La temática de la muerte del padre llevará a Lacan a señalar la equivalencia en el mito freudiano entre el padre muerto y el goce y le permitirá cernir lo que Lacan califica con el término de operador estructural, esto es, el padre real, imposible, agente de la castración.

 


* Trabajo presentado en la clase del 3 de junio de 2017 del Seminario del Campo Freudiano de Bilbao, Curso 2016 – 2017, dedicado al Seminario 17, El reverso del psicoanálisis, de Jacques Lacan