(Referencia del Seminario 6 de Jacques Lacan, El deseo y su interpretación)

Carolina Rodríguez*

 

Ruth Lebovici, psicoanalista francesa publica este texto en una revista Belga en 1956. Lacan comenta este caso en varios momentos de su enseñanza, en “La Dirección de la Cura y los principios de su poder”, el Seminario 4, y en este capítulo XXIII del Seminario 6.

La analista presenta un caso de un joven al que llamará Yves, que tiene veintitrés años cuando inicia el análisis, que durará cinco. El caso había sido derivado al esposo de Ruth Lebovici quien se lo trasladará a ella. Para la autora podemos asistir al nacimiento y la evolución en el marco de la trasferencia, así como en las manifestaciones actuadas fuera de la transferencia, de una perversión transitoria.

“Yves, piloto de la marina mercante había tenido que abandonar su trabajo a causa de una idea obsesiva que le torturaba: se encontraba demasiado grande y se sentía ridículo. Se había encerrado en su casa y permanecía allí inactivo. Hostigaba a su madre y no dejaba de preguntarle si no era realmente demasiado grande. Ella, para darle seguridad sobre su físico y distraerle le procuró una amante 15 años mayor que él a cuya casa él iba toda las noches”. La analista diagnostica el caso de fobia, “aunque el objeto fobígeno no aparece en el exterior”.

En la anamnesis de Yves, hijo único, destaca una madre que “ha acaparado a su hijo”, y que según la analista no sorprende que Yves la vislumbrara como una imagen maternal fálica; y un padre débil, sometido a su mujer, que no toleraba la intimidad entre esta y su hijo. Este padre estuvo especialmente ausente durante el tiempo en que fue movilizado por la guerra, cuando Yves tenía trece años, periodo en el que durmió en la cama con su madre.

Resume que la vida sexual infantil de Yves parece haber estado animada solamente por el despertar de la situación edípica. En la edad adulta la vida sexual no era satisfactoria, pero no existía antes de la cura psicoanalítica una perversión caracterizada. La perversión voyeurista aparece en el curso mismo de la cura y se sitúan en el marco de un pasaje al acto extratransferencial.

Como señala Lacan, “el punto crucial fue la interpretación de un fantasma”. Durante el primer año de cura el paciente habla de un sueño que aparece de forma repetitiva, un hombre con armadura lo atacaba por detrás con una especie de careta antigás que recordaba a una marca de insecticida, lo cual podía eventualmente ahogarle.

La analista interpreta esta figura como una madre fálica que le aterroriza, – es decir, le fue interpretada en términos de realidad, como una experiencia real de la madre fálica- e interpreta la situación transferencial estructurada alrededor de su temor a las mujeres fálicas. La sensación de ahogo durante las sesiones que apareció posteriormente es interpretada como miedo a la analista, era su analista la que estaba detrás de él, le señala, le teme a ella como al hombre de la armadura.

La propia autora se pregunta si esta interpretación fue correcta, si no habría que haber hablado del padre, pero se justifica en base a “las dificultades que tenía el propio paciente para identificarse con su padre, en tanto este no podía representar para él una imagen viril valiosa”, – es decir, alegando a la carencia del padre real en la historia del paciente (como señala Lacan en “La Dirección de la cura…”).

La reiterada interpretación de la transferencia con la analista como caracterizada por el desplazamiento de la madre fálica sobre ella, producirá un fantasma perverso que finalmente será actuado en la realidad:
1. Momento de la fantasía: el paciente es visto orinar por una mujer que se excita y le pide relaciones sexuales.
2. Momento, reversión de la posición en el fantasma: el sujeto ve mujeres orinando desde una pared intermedia que está agujereada y él exhibe su sexo.
3. Momento, realización efectiva de la fantasía: el sujeto encuentra unos lavabos en un cine donde hay un agujero en la pared a través del cual va a observar a las mujeres orinando (madre afálica). Actúa en lo real la buena distancia con el objeto.

Lebovici considera además que el material que aparece en el marco de la transferencia tras esta interpretación parece justificarla: aparece el deseo y temor a orinar sobre el diván analítico, fantasía de orinar sobre los excrementos de su analista, transferencia del voyeurismo sobre la analista intentando frecuentemente verle las piernas y nuevos sueños. Una vez interpretado su deseo de pasividad, en tanto él no tendría satisfacción por parte de la analista, el paciente comienza a decir que el tratamiento no podría terminar hasta que no hubiera tenido relaciones sexuales con la analista, la respuesta de esta fue “que jugaba a atemorizarse por un contenido que sabía que jamás tendría lugar”.

Aquí nuevamente Lebovici se pregunta si esta intervención estuvo justificada, al menos en ese momento del tratamiento. Esta intervención, nos dice, “estaba destinada a evitar un juego intelectual que pensábamos percibir en Yves. Teníamos la impresión de que jugaba con una situación en la que no creía y que sin embargo le era terrorífica”. Es probable que el enfermo haya experimentado esta advertencia como interdicción de contacto, como prueba de ello “sus tendencias perversas marcan desde entonces una neta propensión a su realización fuera de la trasferencia”. Esta interpretación se basa en la idea de la buena distancia con el objeto, buena distancia entre el paciente y el objeto analista como objeto real, separados por una barrera convencional, cuyo precursor fue Maurice Bouvet, quien supervisó el caso.

La distancia analítica fue considerablemente reducida cuando después de haber supuesto que el marido de la analista ha muerto, percibe un olor a orina durante la sesión y expresó el deseo de beber la orina de la analista. Fue entonces cuando encontró el baño en el cine de los Campos Elíseos donde actuaría la fantasía. No fue hasta el momento en que las fantasías perversas pudieron ser conocidas desde la acción extratransferencial a los deseos vividos en la transferencia y cuando pudieron ser analizados bajo el modo de su significación de intercambios de objetos parciales con la analista cuando comenzaron a perder intensidad y ser desinvestidos.

La autora finaliza el texto diciendo que es posible concluir que “la aparición de estas tendencias y prácticas perversas en la transferencia y en los actos extratransferenciales permitieron el investimiento de las pulsiones agresivas y erótico pregenitales. Yves encontró en el psicoanálisis la posibilidad de un contacto humano que nunca había experimentado por causa de las defensas contra esas pulsiones. Su explicación permitió la movilización de esas defensas y una evolución hacia la genitalización que el parecía haber esperado”. Sin embargo, Lacan señala que “lo que en este caso se llama curación, podría haberse alcanzado con menos esfuerzo que a través del rodeo de una perversión transitoria, sin duda actuada en lo real, que indiscutiblemente nos hace palpar por qué, en cierta práctica, la referencia a la realidad representa una regresión en el tratamiento”.

Tomemos ahora el caso desarrollado en ese pequeño boletín que mencionamos la última vez, que recoge las preguntas sinceras de miembros de determinado grupo sobre la relación de objeto. Ahí se encuentra, firmado por alguien que ha medrado en la comunidad analítica, la Sra. Ruth Lebovici, la observación de lo que ella llama con razón un sujeto fóbico.

Este sujeto fóbico, cuya actividad se halla muy restringida, casi ha llegado a una completa inactividad. Su síntoma más manifiesto es el temor a ser demasiado grande, y se presenta siempre en una actitud extremadamente encorvada. En sus relaciones con el medio profesional se le ha vuelto casi todo imposible. Lleva una vida muy restringida, cobijado en su medio familiar, aunque no le falta una amante, quince años mayor que él, que le fue proporcionada por su madre. Así, cuando se encuentra en esta constelación familiar, la analista se hace con él y entonces empiezan a abordar el problema.

El diagnóstico es fino, y que se bate de fobia no plantea dificultades, a pesar del hecho paradójico de que el objeto fobígeno no da a primera vista la impresión de ser exterior. Sin embargo lo es, porque en determinado momento vemos aparecer un sueño repetitivo, modelo de una ansiedad estereotipada. En este caso particular, el objeto sólo se descubrirá en un segundo tiempo. Se trata de un objeto fóbico perfectamente reconocible, sustituto maravillosamente ilustrado de una imagen paterna completamente carente -al cabo de cierto tiempo se produce la emergencia de la imagen de un hombre con armadura, provisto de un instrumento particularmente agresivo, nada menos que un tubo de fly-tox, que se dispone a destruir todos los pequeños objetos fóbicos, insectos. Se revela entonces que el sujeto tiene miedo de ser acorralado y asfixiado en la oscuridad por ese hombre de la armadura, temor que no resulta banal en el equilibrio general de esta estructura fóbica.

La analista que se ocupa de este sujeto publica la observación con el título “Perversión sexual transitoria durante un tratamiento psicoanalítico”. Así que no es forzar las cosas por mi parte introducir la cuestión de la reacción perversa, porque en ello reside, según la propia autora, el interés de la observación.

Decir que la autora no está nada tranquila es poco. Se da perfecta cuenta de que la reacción que llama perversa -es una etiqueta- apareció en circunstancias muy precisas, en las cuales ella tuvo su parte. Su propia pregunta, referida a ese momento, demuestra su conciencia de que el problema está ahí. ¿Qué ocurrió? Cuando por fin vio aparecer el objeto fóbico, lo interpreto diciendo que se trataba de la madre fálica. ¿Por qué la madre fálica, si se trata en realidad de un hombre con armadura, con todo su carácter heráldico? Durante toda esta observación, las preguntas que se plantea la autora se consignan con una fidelidad a mi modo de ver indiscutible, y las destaca bastante bien en todos los casos. La autora se pregunta en particular por lo siguiente -¿acaso la interpretación que hice no era la correcta? Esto demuestra que sabe dónde está el problema.

En efecto, inmediatamente después, apareció una reacción perversa, y enseguida entramos en un período de nada menos que tres años, a lo largo del cual el sujeto desarrollo, primero por etapas, un fantasma perverso consistente en imaginarse observado en la actitud de orinar por una mujer que, muy excitada, le solicitaba mantener relaciones amorosas. Luego hubo una inversión de esta posición y el sujeto, unas veces masturbándose, otras veces sin hacerlo, observaba a una mujer orinando. Finalmente, en una tercera etapa, se produjo la realización efectiva de esta posición -el sujeto encontró en un cine un pequeño local provisto providencialmente de unos ventanucos que, efectivamente, le permitían observar a las mujeres en el W.C. contiguo mientras el permanecía en su cuchitril, regocijándose o masturbándose.

La propia autora se pregunta por el valor determinante de su forma de interpretación en cuanto a la precipitación de algo que, en principio, parecía la cristalización fantasmática de un elemento sin lugar a dudas ya presente en el sujeto, pero no la madre fálica, sino la madre en su relación con el falo. Pero la clave de la idea de que hay ahí una madre fálica nos la da la autora, cuando se pregunta en general por la conducción de la cura y observe que a fin de cuentas ella misma habla adoptado un tono de interdicción mucho mayor que el de la misma madre del paciente. Todo indica que la entidad de la madre fálica surge por lo que la autora llama sus propias posiciones contratransferenciales. Si seguimos de cerca el análisis, no cabe la menor duda. A medida que se desarrolla la relación imaginaria, no sin la ayuda de ese paso en falso analítico, veamos que ocurre del lado del analista.

Primero, el sujeto cuenta un sueño -se encuentra en presencia de cierta persona de su historia pasada objeto según el de fuertes impulsos amorosos, pero se ve obstaculizado por la presencia de otro personaje femenino, que también tuvo algún papel en su historia y a quien había visto orinar en un período mucho más avanzado de su infancia, es decir, después de la edad de trece años. La analista interviene de este modo – Sin duda prefiere interesarse por una mujer mirándola mientras orina, en vez de esforzarse yendo al asalto de otra mujer que puede gustarle, pero está casada. Desde luego, la interpretación es un poco forzada, porque el personaje masculino aparece tan sólo indicado en las asociaciones, pero la analista cree reintroducir así la verdad, me refiero al complejo de Edipo. Hay que reconocer que hacer intervenir al marido de la madre para reintroducir el complejo de Edipo tiene todo el carácter de una provocación, sobre todo teniendo en cuenta que este sujeto le habla sido remitido a la analista por su propio marido. En este momento precisamente se produce el viraje, la progresiva inversión del fantasma de observación, del sentido ser observado al sentido observar uno mismo.

En segundo lugar, por si esto fuera poco, cuando el sujeto solicita disminuir el ritmo de las sesiones, la analista le responde -Está usted manifestando sus posiciones pasivas, porque sabe muy bien que de todas formas no va a conseguirlo. En este momento, el fantasma se cristaliza por completo, lo que demuestra que hay algo más. El sujeto, que comprende algunas cosas de sus relaciones, caracterizadas por la imposibilidad de alcanzar el objeto femenino, acaba desarrollando sus fantasmas en el interior mismo del tratamiento y, por ejemplo, comunica su temor a orinarse en el diván. Empieza a tener reacciones que ponen de manifiesto cierta reducción de la distancia respecto del objeto real, como espiar las piernas de la analista, cosa que ella refiere con cierta satisfacción. En efecto, ahí hay algo que se encuentra al borde de la situación real, como si asistiéramos a la constitución de la madre, no fálica, sino afálica. En efecto, el principio de la institución de la posición fetichista es precisamente que el sujeto se detiene en cierto punto de su investigación y su observación de la mujer -de si tiene o no tiene el órgano en cuestión.

Esta posición lleva al sujeto poco a poco a decirse -Dios mío, la única solución sería acostarme con mi analista. Lo dice. La analista, que empieza a encontrar todo esto enervante, le hace esta observación -así que ahora se entretiene atemorizándose con algo que, como usted sabe muy bien, no ocurrirá nunca. Y luego se pregunta angustiada -¿hice bien en decirlo?

Cualquiera puede preguntarse por el grado de dominio que supone una intervención así. Esta forma algo brutal de recordarle las convenciones propias de la situación está totalmente de acuerdo con la noción de la posición analítica como real. Precisamente tras esta intervención que pone las cosas en su sitio, el sujeto pasa definitivamente al acto y encuentra en lo real el lugar perfecto, el lugar escogido, o sea, como dice el mismo, la disposición del pequeño meadero de los Campos Elíseos. Esta vez se encuentra realmente a la distancia correcta del objeto, separado por un muro, objeto que podrá observar cumplidamente, no como madre fálica sino como madre afálica. Durante cierto tiempo dejara toda su vida erótica pendiente de eso, encontrando en ello tal satisfacción, que declara haber vivido como un autómata hasta ese descubrimiento, pero que ahora todo ha cambiado.

Hasta ahí llegan las cosas. Al resumirles esta observación, tan sólo he querido hacerles ver que la noción de distancia respecto del objeto analista como objeto real, noción declarada de referencia, puede llegar a tener efectos, y a fin de cuentas tal vez no son los efectos más deseables.

No les diré como acaba el tratamiento, habría que examinarlo minuciosamente, tan rico de enseñanzas es cada detalle. La última sesión se elude, y por otra parte el sujeto se hace operar de alguna variz. Todo está ahí, la tímida tentativa de acceso a la castración y cierta libertad que de ello puede resultar. Después, se juzga que es suficiente, el sujeto vuelve con su amante, la misma del principio, quince años mayor que él, y como ya no vuelve a mencionar su talla, se le considera curado de su fobia. Por desgracia, sólo piensa en una cosa, en la talla de sus zapatos. Tan pronto son demasiado grandes y entonces pierde el equilibrio, como son demasiado pequeños y entonces le aprietan, de forma que el viraje, la transformación de la fobia, se ha completado. Después de todo, ¿por qué no considerar esto como el final de un trabajo analítico? Seguramente, desde el punto de vista experimental no carece de interés.

La pretendida buena distancia respecto del objeto real -aquí hay como un guiño de reconocimiento entre iniciados- se considera obtenida y alcanza su cumbre cuando el sujeto percibe olor a orina en presencia de su analista. La analista considera que en este momento, la distancia respecto del objeto real -a lo largo de toda la observación se nos indica que en eso peca toda relación neurótica- se ajusta por fin a su dimensión exacta. Desde luego, este hecho coincide con el apogeo de la perversión.

No se trata propiamente de una perversión -y el autor no se engaña en este sentido-, sino más bien de un artefacto. Tales fenómenos, aunque puedan ser permanentes o muy duraderos, son de todos modos susceptibles de una ruptura o una disolución a veces bastante brusca. Así, en este caso, al cabo de cierto tiempo el sujeto es sorprendido por una acomodadora, y así desaparece de la noche a la mañana la frecuentación del lugar particularmente propicio que lo real le había ofrecido en el momento oportuno.

Sí, lo real siempre ofrece en el momento oportuno todo lo que hace falta cuando por fin le han ajustado a uno, por el buen camino, a la buena distancia.

* Trabajo presentado en la clase del 12 de marzo de 2016 del Seminario del Campo Freudiano de Bilbao, Curso 2015 – 2016, dedicado al Seminario 6 de Jacques Lacan